El desarrollo de la tolerancia o el impulso al pensamiento crítico son solo algunas de las propiedades más destacadas de la cultura y el arte.
Inmersos en una sociedad globalizada e interconectada, los jóvenes de hoy se enfrentan a una trayectoria vital más rica en experiencias y oportunidades, pero también más compleja y abrumadora. Ser joven puede ser estimulante, pero también alienante ante el vertiginoso avance de la tecnología, convertida en centro de gravedad alrededor del cual orbita su experiencia vivencial. Una experiencia que los algoritmos condicionan, miden y monetizan sin descanso ni reparos. Frente a este nuevo paradigma, las narrativas digitales se adaptan a la imperiosa necesidad de las plataformas de captar y retener la atención de los jóvenes. Los contenidos se someten así a la tiranía de lo superfluo, lo frívolo, lo insustancial y lo escueto, incluso de lo falso, mientras los likes y un nutrido elenco de emoticonos los ensalzan y legitiman colectivamente. En este contexto, se hace más apremiante que nunca reivindicar la cultura como una herramienta esencial de empoderamiento para la juventud y como un antídoto contra la manipulación digital.
Etimológicamente, la palabra latina «cultura» se refiere al «cuidado de la tierra» o «agricultura», si bien con el tiempo pasó a tener un sentido metafórico para describir «el cuidado o cultivo de la mente y del espíritu». En la actualidad, sin embargo, son muchas las manifestaciones que acaban teniendo cabida bajo el paraguas de una concepción de la cultura excesivamente laxa y que suscita muchas veces posturas contradictorias. Así, por ejemplo, para algunos el fútbol puede ser considerado un fenómeno cultural de pleno derecho y una jugada de Messi bien podría equipararse a la categoría suprema de obra de arte. Para otros, sin embargo, el fútbol no va más allá de un deporte de masas que, si bien levanta pasiones, está lejos de elevar el espíritu hasta esas cotas de sublimación que solo el arte verdadero es capaz de alcanzar.
En este artículo, sin embargo, nos referiremos a la cultura como la práctica y desarrollo intelectual de las personas a través de disciplinas humanistas; es decir, las enfocadas a la comprensión de la experiencia humana, su historia, su pensamiento, su dimensión social, su lenguaje o su expresión creativa.
Claramente, son varias las aportaciones de la cultura al crecimiento y desarrollo de los jóvenes. En primer lugar, la cultura contribuye a fomentar el espíritu crítico de la juventud en esa etapa de la vida en la que la corta edad y la inexperiencia los hace más susceptibles a determinadas influencias. La cultura acerca a los jóvenes a diferentes formas de pensar, desafiándoles a cuestionar sus propias creencias, valores y reglas para formarse un criterio propio. Tal como explica el filósofo Francis Bacon, «el espíritu crítico es tener el deseo de buscar, la paciencia para dudar, la afición de meditar, la lentitud para afirmar, la disposición para considerar, el cuidado para poner en orden y la aversión hacia todo tipo de impostura». Virtudes, todas ellas, que la esencia humanista de la cultura sin duda desarrolla y promueve.
Por otro lado, la cultura es también un vehículo para desarrollar la tolerancia y el diálogo entre los jóvenes, porque la cultura no reivindica verdades absolutas. Más bien al contrario, huye de dogmatismos en pro de una búsqueda incansable de la verdad. Y como reconoce el recientemente fallecido pensador italiano Nuccio Ordine, «solo quien ama la verdad puede buscarla de continuo, porque quien está seguro de poseerla no necesita ya buscarla, no siente ya la necesidad de dialogar, de escuchar al otro, de confrontarse de manera auténtica con la variedad de lo múltiple». Desde esta perspectiva, la cultura es clave en el fomento de una juventud empática, capaz de reconocer y valorar la diversidad de la experiencia humana. Proyectos como la Orquesta West Eastern Divan del músico Daniel Barenboim y el filósofo Edward Said, que reúne a jóvenes talentos musicales palestinos, árabes e israelíes bajo el lenguaje universal de la música, son ejemplos destacados de cómo la cultura puede unir a pueblos tradicionalmente rivales y promover la tolerancia como fundamento de la paz.
La cultura permite también a los jóvenes enriquecer su comprensión del mundo, ya que les proporciona una amplia variedad de conocimientos y perspectivas que difícilmente podrían obtener de otra manera. La literatura, la historia, la antropología, la escultura o la pintura, entre otras disciplinas, permiten a la juventud ampliar horizontes y desarrollar una visión más completa del mundo en el que viven. Difícilmente entendería hoy un adolescente las amenazas de la radicalización política desconociendo cómo se gestaron y desarrollaron los regímenes totalitarios de la Alemania nazi y la Rusia estalinista.
Finalmente, la cultura es también un vehículo para luchar contra la exclusión social de los jóvenes más marginados. Los hechos demuestran que, cuando los jóvenes de comunidades menos favorecidas están en contacto con las artes en la escuela o durante las actividades extraescolares, a corto y medio plazo se reduce la brecha con los jóvenes de un estatus socioeconómico más alto en términos de logros académicos y capacidad de adaptación social. Esto se explica de manera significativa por las habilidades que los jóvenes desarrollan con la experimentación artística, el pensamiento transversal, la creatividad, la introspección reflexiva o la comunicación.
A la vista de todo lo anterior, debe quedar claro que promover la cultura entre los jóvenes es una prioridad que no admite titubeos sino al contrario, requiere del firme apoyo de los poderes públicos, el sector privado y la sociedad civil.
En este sentido, facilitar el acceso a la cultura en condiciones de igualdad ha sido siempre uno de los compromisos históricos de la Obra Social que desarrollan desde hace casi más de dos siglos las entidades adheridas a CECA: nuestras asociadas han invertido más de 1.300 millones de euros desde 2014. En conclusión, en un mundo donde la tecnología y la globalización condicionan profundamente la experiencia juvenil, la cultura emerge como una herramienta esencial para empoderar y proteger a los jóvenes contra el adoctrinamiento digital. Al promover el pensamiento crítico, la tolerancia y la comprensión del mundo a través de la cultura, la Obra Social de las entidades de CECA asume el compromiso de construir una sociedad más inclusiva y enriquecedora para las nuevas generaciones. Es nuestra responsabilidad colectiva, como instituciones y sociedad, asegurar que la cultura sea accesible y enriquecedora para todos los jóvenes, permitiendo que florezcan como ciudadanos del mundo con una visión crítica, empática y comprometida con el progreso social.