Tras un largo periodo de crisis, la reestructuración del sector financiero y los nuevos requerimientos regulatorios han reforzado la posición de nuestras entidades, que gozan ahora de unos balances más saneados, unos sólidos ratios de liquidez y solvencia y una mayor capacidad de resistencia frente a riesgos potenciales. Sin embargo, el sector bancario que emerge tras la crisis financiera se enfrenta a unos condicionantes que no existían en el periodo anterior, y que nos obligan a reflexionar sobre el ajuste del actual modelo de negocio a este nuevo entorno. El primer gran desafío al que se enfrente el sector es, sin duda, el de la rentabilidad en un entorno de tipos inusualmente bajos (nulos o negativos) y volúmenes estancados. Este escenario dificulta sobre manera la generación de márgenes bajo la operativa tradicional y representa una amenaza particularmente relevante para las entidades españolas dada su elevada exposición a los préstamos minoristas y a las hipotecas a tipo variable. A este nuevo entorno macroeconómico complejo, hay que sumarle la irrupción del nuevo modelo regulador y supervisor europeo, que implica la adopción de una regulación más estricta, especialmente en lo que se refiere a los requerimientos de capital, apalancamiento y liquidez, e imprime una presión adicional a la banca para obtener niveles adecuados de rentabilidad y aumentar la concesión de crédito al sector privado. Por último, las entidades se enfrentan al gran desafío de la revolución digital, y cómo responder a los cambios tecnológicos disruptivos.
Por un lado, la digitalización plantea oportunidades para estar más cerca de nuestros clientes, conocerles aún mejor y ofrecerles un servicio más personalizado y especializado, pero también entraña amenazas como la aparición de nuevos prestadores de servicios financieros y canales de pago asociados a empresas ajenas al sector bancario convencional. Las entidades deben afrontar esta competencia y asegurar que los nuevos operadores ofrecen sus servicios en un marco regulatorio apropiado, que garantice los derechos de los clientes y una competencia equilibrada. En este contexto, si algo parece seguro es que este nuevo entorno de mayor competencia y bajos tipos de interés va a perdurar en el futuro próximo. Las entidades se encuentran ante la necesidad de adecuar sus modelos de negocio para mantener unos niveles sostenibles de rentabilidad, que permitan cubrir el coste de captar capital y generar un mayor atractivo para el inversor.
Además, las entidades deben perseverar en sus esfuerzos para mejorar la eficiencia –reduciendo los costes y centrando los esfuerzos en las tareas de valor añadido–, pero también, sin duda, en ofrecer una nueva experiencia de cliente –tanto minorista como profesional–, apoyada en las nuevas tecnologías y sin perder de vista la prestación de un servicio personalizado. La nueva normativa MiFID 2 establece que las entidades deberán reforzar la formación de sus plantillas en materia de asesoramiento financiero: convirtamos este requerimiento regulatorio en una oportunidad y apostemos por ofrecer a nuestros clientes un asesoramiento multicanal de la máxima calidad, que ponga en valor las características diferenciales de las entidades financieras y, en especial, su profundo conocimiento de los mercados financieros frente a la irrupción de nuevos competidores.