Alberto Aza, portavoz de CECA

Los beneficios de la banca no caen del cielo, se deben a la eficiencia y la fuerte demanda de crédito.

Los bancos y cajas de CECA han despedido 2022 con buenos resultados. Éstos, a diferencia de la creencia instalada en la opinión pública, no se explican tanto por la subida de tipos del Banco Central Europeo, cuyo impacto se ha trasladado al negocio bancario únicamente en los últimos meses del año, sino más bien por el buen comportamiento de la demanda de crédito ( disparada un 33%) y por la mayor eficiencia de nuestras entidades, superior a la media europea. No se trata, pues, de beneficios extraordinarios caídos del cielo.

La bondad de las cifras enmascara, no obstante, una rentabilidad que, aunque recuperándose, debe seguir mejorando para situarse, en términos generales, por encima del coste de capital y equipararse también a la rentabilidad de las empresas no financieras cotizadas.

A pesar de esta doble realidad, los titulares se han centrado en la magnitud de los beneficios originando una controversia pública que ha obviado a menudo el vínculo, estrecho y diferencial, que existe entre los beneficios de las entidades financieras y su contribución social.

En el caso de las entidades de CECA, este vínculo se articula, primero, a través de la Obra Social, verdadero distintivo fundacional de nuestras asociadas y que desarrollan, hoy, las fundaciones bancarias gracias a los dividendos que perciben por su participación en el capital de nuestros bancos. Esto hace posible que, desde 2014, con una inversión de 6.170 millones de euros y 253 millones de beneficiarios en términos agregados, la Obra Social se sitúe, recurrentemente, como el mayor inversor social privado de nuestro país actuando como complemento indispensable del estado del bienestar.

En segundo lugar, los beneficios de la banca revierten a la sociedad vía impuestos y su redistribución en forma de transferencias públicas. También aquí la aportación de la banca es diferencial, con un tipo impositivo superior en el impuesto de sociedades del 30%, además de gravámenes específicos del sector. Esta particularidad tributaria explica que la contribución fiscal de las entidades de CECA fuera en 2021 del 48,8%. Es decir, por cada 100 euros de beneficios, 48,8 euros se dedicaron al pago de impuestos. Ante la mejora de los resultados anunciados, las previsiones apuntan a una contribución aún mayor en 2022. Además, en la comparativa europea, la banca española es la que más impuestos paga junto a la francesa a distancia de la alemana e italiana. Este dato no incluye el reciente gravamen a la banca y, por tanto, es previsible que este diferencial se amplíe aún más, ya que no existe un impuesto similar en otras jurisdicciones de nuestro entorno.

Finalmente, los beneficios de la banca no destinados al pago de impuestos y dividendos, también generan un retorno social, vía refuerzo del capital, condición indispensable para ampliar la capacidad crediticia de las entidades. Esto es fundamental para un sector que se diferencia por generar un doble impacto en nuestra sociedad: como cualquier agente económico, a través de su actividad corporativa, y, de manera específica, como dinamizador de la economía, a través de la financiación concedida. Esto explica que, en el último ejercicio, la repercusión social de las entidades de CECA alcanzara los 178.000 millones, equivalente al 16% del PIB, y los 3 millones de puesto de trabajo, el 15% de la población activa.

A la vista de lo anterior, parece claro que los beneficios generados por las entidades financieras son tan deseables como necesarios. Quizás, asumir esta constatación contribuya a combatir la costumbre arraigada con fuerza en nuestro imaginario colectivo de estigmatizar, sin fundamento, los beneficios corporativos, en general, y los de la banca, en particular.