Recientemente, y coincidiendo el pasado 4 de octubre con el día de la Educación Financiera, he tenido la oportunidad de compartir con personas de distintos ámbitos y procedencias algunas reflexiones acerca de la importancia que tiene la alfabetización financiera de nuestra población. Me ha sorprendido que, en algunos casos, mis interlocutores consideraran que se trata de una cuestión de escasa relevancia, o que responde más a un interés particular del sector bancario que a una necesidad apremiante de país.

Sin embargo, la realidad es que, durante los últimos años, los supervisores financieros de los países de nuestro entorno vienen insistiendo en la necesidad de impulsar con decisión la cultura financiera de los ciudadanos por tratarse de una disciplina fundamental para que las personas puedan manejar sus finanzas de forma responsable e informada. Fomentar, en última instancia, prácticas financieras saludables, es decir, aquellas que permiten afrontar situaciones económicas adversas. Entre éstas, la correcta planificación de la vejez, el mantenimiento de unos niveles bajos de endeudamiento o la tenencia adecuada de productos de ahorro. Todo ello, finalmente, redunda en una mayor tranquilidad económica de los ciudadanos y, a la vez, en una mayor estabilidad del sistema financiero.

También es un hecho que la vertiginosa transformación digital de nuestras sociedades está facilitando como nunca hasta ahora el acceso de los ciudadanos a los mercados financieros. Hoy es virtualmente posible con un simple clic invertir en cualquier activo, en cualquier parte del mundo y en cualquier moneda. Esto afecta de manera especial, aunque no exclusivamente, a los jóvenes, quienes, dada su familiaridad con las nuevas tecnologías, se están convirtiendo, del día a la mañana, en inversores digitales especialmente activos (en España, por ejemplo, el porcentaje de jóvenes que invierten en criptomonedas ya alcanza el 12%.). Al carecer de los conocimientos financieros necesarios, estos alevines de las finanzas asumen muchas veces riesgos excesivos o son presa fácil de fraudes financieros. Indudablemente, en estos casos, una adecuada educación financiera es más que deseable al ser un antídoto eficaz contra la infoxicación omnipresente, la proliferación de intermediarios o gurús low cost, el falso fulgor de las criptomonedas o la impulsividad alentada por la operativa digital.

En nuestro país, el fomento del conocimiento financiero es además especialmente relevante porque, según la última Encuesta de Competencias Financieras elaborada por el Banco de España, la cultura financiera de los españoles es deficiente. Esto aplica sobre todo a los jóvenes y las personas mayores, aunque también existen un sesgo de género ya que las mujeres, en general, poseen menos habilidades financieras que los hombres.

Siguiendo en clave nacional, nuestra realidad empresarial tampoco puede obviarse cuando dimensionamos la importancia de la educación financiera: el 99.8% de nuestras empresas son pymes y de éstas, el 94% son micropymes de menos de 10 empleados. Indudablemente proveer de herramientas y conocimientos financieros a estos empresarios se revela tan necesario como urgente porque contribuye a fortalecer la salud de nuestro tejido productivo y hacerlo más resiliente ante adversidades de carácter económico.

En este sentido, no sorprende que una situación tan adversa como la pandemia haya puesto de manifiesto la importancia de la educación financiera a tenor del impacto directo que la Covid-19 ha tenido en las finanzas de las empresas y las familias. De hecho, según el Informe Europeo de Pagos de Consumidores de Intrum, 4 de cada 10 españoles ha reconocido tras la pandemia la necesidad de mejorar sus capacidades financieras.

Desde esta perspectiva, las iniciativas de educación financiera puestas en marcha por las entidades asociadas a CECA han adquirido durante la pandemia una especial relevancia, y, particularmente, el Programa Funcas Educa. Este programa, enmarcado dentro de la iniciativa ‘Finanzas para todos’ del Banco de España y la CNMV contribuye a financiar una parte importante de las actividades de educación financiera que desarrollan las entidades adheridas a CECA. Desde su creación en 2018, ha movilizado una inversión de 12,35 millones de euros.

En 2020 el Programa se ha enfrentado a un doble reto: seguir con los proyectos educativos a pesar de las restricciones a la movilidad y atender a los colectivos más golpeados por la crisis. En esta difícil tesitura, la digitalización ha tenido un papel clave para garantizar el acceso a la formación. Así, el 86% del presupuesto se ha reorientado a acciones digitales haciendo posible la realización de más de 4.000 actividades y llegar al 99% de los beneficiarios.

La pandemia también ha obligado a priorizar las temáticas para apoyar a los colectivos más afectados por la crisis. De esta manera, las iniciativas destinadas a emprendedores, comercios, profesionales, autónomos, negocios y microempresas han crecido en importancia. Han concentrado el 30% de la inversión, sumado más del 35% de los beneficiarios y liderando el ranking de actividades. Asimismo, las acciones enfocadas al ahorro, gasto y presupuestos han tenido una importancia especialmente destacada debido al impacto que la crisis de la COVID-19 ha tenido en las economías familiares

Por último, en cuanto al público objetivo, más de la mitad de la inversión se ha destinado a los colectivos considerados específicos, es decir, aquellos con necesidades especiales o en riesgo de exclusión social sumando 12,8 millones de beneficiarios.

Sin lugar a dudas, iniciativas como el Programa Funcas Educa y las desarrolladas por los bancos están contribuyendo de manera significativa a fomentar la cultura financiera de nuestra población. No en vano, según reconocen el Banco de España y la CNMV en su Plan de Educación Financiera 2018-2022, las entidades financieras representan el tipo de entidad que desarrolla el mayor número de iniciativas de educación financiera.

Ahora bien, y a pesar del impulso dado desde el sector bancario a esta cuestión, elevar la comprensión de la realidad financiera en nuestro país sea, posiblemente hoy, más necesario que nunca. La digitalización de las finanzas, la baja rentabilidad de los productos de ahorro condicionadas por tipos inusitadamente bajos, la fragilidad financiera de los jóvenes ante la precariedad laboral, las turbulencias económicas globalizadas, y la atomización de nuestro tejido productivo son sólo algunos de los condicionantes que obligan a una reflexión profunda sobre la necesidad de aunar esfuerzos para trazar un plan de ruta coordinado, ambicioso y eficaz.